Por Ricardo Valseca y Jessy Summarraga / ESPECIAL El dorsal que portó Kathrine Switzer en el maratón de Boston el 19 de abril de 1967 no representó únicamente un número dentro de la competencia, significó un estandarte de la igualdad deportiva en un mundo donde las “costumbres” gritan que los privilegios sólo son para los hombres. Existen algunas desigualdades muy visibilizadas como la brecha salarial, la disparidad en los puestos de trabajo, el acceso a la educación o el renombre dentro de la sociedad, sin embargo, dentro del mundo del deporte también existen grandes desigualdades que, aunque poco vistas, a lo largo de la historia han creado una cultura de discriminación. Atletas como Kathrine Switzer, se han atrevido a romper el esquema idealizado del deporte masculino. Ésta mujer, en su caso particular, la batalla la dio en los maratones. Es sabido que en Grecia el deporte fue creado por hombres y para hombres, como sinónimo de lucha, virilidad, poder; dando como resultado una cultura deportiva dominada por el hombre que aún predomina en nuestros días, en los que la participación de la mujer en varios deportes se ha prohibido, puesto en entredicho o minimizado. Switzer, a sus escasos 20 años de edad, fue capaz de desafiar al deporte masculino inscribiéndose en el maratón de Boston en 1967, esto lo logró gracias a que, en la papeleta de registro, en lugar de usar su nombre, sólo se identificó con las siglas K.V., sin que nadie sospechara que detrás de aquellas iniciales se encontraba una mujer. La joven tomó su lugar aquel 19 de abril y, portando el número 261 a la altura del pecho, comenzó la carrera hasta que fue detectada. La misma Kathrine Switzer afirma que uno de los organizadores trató de sacarla de la competencia empujándola y gritándole – ¡Sal de mi maldita carrera y devuélveme los dorsales! Pero Katherine no permitió que el miedo la detuviera. Con apoyo de algunos de los participantes y su entonces pareja, continuó corriendo los 42 mil 295 kilómetros que oficialmente ninguna otra mujer había corrido en un maratón. Sin ser consciente de que en ese momento rompió un techo de cristal, su mente sólo pensaba “voy a terminar la carrera arrastrándome o a gatas si es necesario; porque si no la acabo, nadie creerá que las mujeres pueden hacerlo”. Llegó a la meta después de 4 horas y 20 minutos. En esa época ninguna mujer había corrido de manera oficial un maratón ya que muchos “expertos” de la salud consideraban que la distancia de 42 mil 195 kilómetros podría ser perjudicial a las mujeres. Pero Switzer los desafió y se demostró a sí misma, a su entrenador y al mundo que, lejos de los estereotipos y de lo que opinaban los “expertos”, las mujeres sí estaban capacitadas para hacer una maratón. Su intención no era crear una revolución femenina, ella sólo quería que la dejaran correr el maratón como todos los demás y, a pesar del amargo momento que vivió aquel día entre gritos y dudas sobre su desempeño, sin darse cuenta había logrado estar en el ojo de la prensa que, a pesar de acusarla de sufragista, catapultó su acto en los medios de comunicación, lo que llevó a que otras mujeres se decidieran a participar en maratones en los Estados Unidos. Su impacto fue tan poderoso que, cinco años más tarde de esta histórica carrera, en 1972, se permitió que las mujeres compitieran en la maratón de Boston. Posteriormente, Switzer ganó el maratón de Nueva York en 1974 y llegó en segunda posición en el maratón de Boston 1975. Ha corrido 39 maratones y ha sido corredora durante 53 años. Este acto de valentía lograría que se crearan maratones femeniles y abrió la puerta a la integración de la mujer en diversos deportes. Desde entonces, Kathrine Switzer ha ganado varios maratones y, a sus 76 años, sigue luchando por la inclusión y equidad de género en el deporte.